BENEDICTO XVI – LIBRO JESÚS DE NAZARETH – CAP. 3 EL
EVANGELIO DEL REINO DE DIOS
Vayamos directamente a la segunda bienaventuranza
según el evangelio de Mateo: «Dichosos los sufridos (mansos) porque
heredarán la tierra» (5,4), o según otra traducción: “los que no utilizan
la violencia».
Esta afirmación es prácticamente la cita de un Salmo:
«Los humildes (mansos) heredarán la tierra» (Sal37, 11). La expresión «los
humildes», en la Biblia griega, traduce la palabra hebrea anawim, con la que se
designaba a los pobres de Dios, de los que se ha hablado en la primera
Bienaventuranza. Así pues, la primera y la segunda Bienaventuranza en gran
medida coinciden; la segunda vuelve a poner de manifiesto un aspecto esencial
de lo que significa vivir la pobreza a partir de Dios y en la perspectiva de
Dios.
Sin embargo, el espectro se amplía más si consideramos
otros textos en los que aparece la misma palabra. En el Libro de los Números se
dice: «Moisés era un hombre muy humilde, el hombre más humilde sobre la
tierra» (12, 3).
¿Cómo no pensar a este respecto en las palabras de Jesús: «Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón»? (Mt 11,29). Cristo es el nuevo, el verdadero Moisés (ésta es la idea fundamental que recorre todo el Sermón de la Montaña); en El se hace presente esa bondad pura que corresponde precisamente a Aquel que es grande, al que tiene el dominio.
Podemos profundizar todavía un poco más, en la palabra,
humilde, manso. En el profeta Zacarías encontramos la siguiente promesa de
salvación: «Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey
que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno, en un
pollino de borrica. Destruirá los carros... Romperá los arcos guerreros, dictará
la paz a las naciones. Dominará de mar a mar.» (9, 9s).
Se anuncia un rey pobre, un rey que no gobierna con
poder político y militar. Su naturaleza más íntima es la humildad, la
mansedumbre ante Dios y ante los hombres. Esa esencia, que lo contrapone a
los grandes reyes del mundo, se manifiesta en el hecho de que llega montado en
un asno, la cabalgadura de los pobres, imagen que contrasta con los carros de
guerra que él rechaza. Es el rey de la paz, y lo es gracias al poder de Dios,
no al suyo propio.
El horizonte universal que hemos encontrado en la
promesa de Zacarías: la tierra del Rey de la paz no es un Estado nacional, se
extiende «de mar a mar». La paz tiende a la superación de las fronteras y a un
mundo nuevo, renovado por la paz que procede de Dios. El mundo pertenece al
final a los «humildes», a los pacíficos, nos dice el Señor. Debe ser la «tierra
del rey de la paz». La segunda Bienaventuranza nos invita a vivir en esta
perspectiva.
Para nosotros los cristianos, cada reunión eucarística es un lugar donde reina el Rey de la paz. De este modo, la Iglesia de Jesucristo es un proyecto anticipador de la «tierra» de mañana, que deberá llegar a ser una tierra en la que reina la paz de Jesucristo.
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