En su prólogo Juan anuncia “buenas noticias” o evangelio, y dice desde el principio quien las envía y a quien van destinadas, identificando al mensajero.
Establece a la vez que el mensajero y el mensaje son uno y el mismo:
“La Palabra enviada por Dios es la persona de su hijo unigénito”.
Para Juan la salvación no es algo es alguien, a diferencia de San Pablo quien también desarrolló una cristología muy importante pero un tanto diferente: San Pablo – Crucifixión y San Juan - Encarnación.
Pablo nos enseña que nuestra salvación viene del martirio, de la expiación de los pecados, la reparación del mal. Que Jesús con su muerte en cruz pagó por los pecados de todo el mundo.
Juan nos enseña que Dios se hizo hombre para que pudieramos conocerle, amarle y por su gracia ser como El, para que así nosotros pudieramos ser divinos. En Jesús la Palabra del Padre se hizo carne por vez primera.
En el libro del Génesis, la creación es descrita en términos de la palabra. Dios habló y las palabras que dijo se convirtieron en actos creativos. Dios dijo: “Hágase la luz, y la luz se hizo”. Todo lo que Dios dijo fue creado.
Juan dice que esta misma Palabra creativa que estaba con Dios desde el principio y que forma parte de la naturaleza de Dios mismo se ha convertido ahora en Criatura, un ser humano específico, así podemos ver al Creador en su Criatura. El infinito expresado en lo finito. Lo eterno se ha vaciado en lo temporal. Lo divino se ha personificado en lo humano. Dios mismo se ha hecho carne.
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