Queridos
hermanos y hermanas:
Este es el
primer saludo de Cristo resucitado, el buen pastor que dio su vida por el
rebaño de Dios. También yo quisiera que este saludo de paz entre en nuestros
corazones y llegue a vuestras familias.
A todos los
hombres del mundo, a todos los pueblos, a toda la Tierra: La paz sea con
vosotros.
Es la paz
de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y
perseverante. Viene de Dios, Dios que nos ama a todos, incondicionalmente.
Todavía
escuchamos la voz débil pero valiente del Papa Francisco bendiciendo Roma – el
Papa bendiciendo Roma, dando su bendición al mundo entero, en la mañana de
Pascua. Permítame continuar con esta bendición.
Dios nos
ama, Dios os ama a todos y el mal no prevalecerá. Todos estamos en las manos de
Dios.
Por eso,
sin miedo, unidos, de la mano con Dios y unos con otros, sigamos adelante.
Somos discípulos de Cristo, Cristo va delante de nosotros. El mundo necesita de
su luz, la humanidad necesita de él como puente para ser alcanzado por Dios y
su amor.
Ayúdanos
también tú y unos a otros a construir puentes a través del diálogo, del
encuentro, uniéndonos a todos para ser un solo pueblo siempre en paz.
Gracias al
Papa Francisco.
Quiero
agradecer también a todos los hermanos cardenales que me eligieron para ser el
sucesor de Pedro y caminar con vosotros como Iglesia unida, buscando siempre la
paz, la justicia, buscando siempre trabajar como hombres y mujeres fieles a
Jesucristo, sin miedo, para anunciar el Evangelio, para ser misioneros.
Soy hijo de
San Agustín, agustino, que dijo: “Con vosotros soy cristiano y para vosotros
obispo”. En este sentido, todos podemos caminar juntos hacia esa patria que
Dios nos ha preparado.
A la
Iglesia de Roma un saludo especial. Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia
misionera, una Iglesia que construye puentes, diálogo, siempre abierta a
recibir, como este lugar con los brazos abiertos a todos, a todos aquellos que
necesitan de nuestra caridad, de nuestra presencia, de nuestro diálogo y de
nuestro amor.
Y si me
permitís, también una palabra, un saludo a todos y de manera especial a mi
querida diócesis de Chiclayo en Perú, donde un pueblo orgulloso acompañó a su
obispo, compartió su fe y dio tanto, tanto, para seguir siendo una Iglesia fiel
a Jesucristo.
A todos
vosotros, hermanos y hermanas de Roma, de Italia, del mundo entero, queremos
ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre
la paz, que busca siempre la caridad, que busca estar cerca de los que sufren.
Hoy, en el
día de la Súplica a la Virgen de Pompeya, nuestra Madre María quiere siempre
caminar con nosotros, estar cerca de nosotros, ayudarnos con su intercesión y
su amor. Quisiera orar con vosotros, oremos juntos por esta nueva misión, por
toda la Iglesia, por la paz en el mundo. Y pidamos esta gracia especial a
María, nuestra Madre.
Ave
María …